El ingrediente más importante de toda relación no es lo que decimos o hacemos, sino lo que somos.
Las técnicas y aptitudes que realmente representan una diferencia en la interacción humana son las que fluyen casi de manera natural de un carácter verdaderamente independiente.
De modo que toda relación empieza a construirse en nuestro interior, en nuestro círculo de influencia, en nuestro propio carácter.
Cuando a una persona le cuesta relacionarse de buena manera con sus cercanos se debe a que tiene temas pendientes consigo misma. No podemos pretender manejarnos bien en nuestras relaciones si no tenemos un dominio sobre nosotros mismos.
Para esto debemos manejar ciertos principios que son previos al comienzo de una relación:
- Tener claridad acerca de los principios inalterables de Dios que rigen tu vida.
- Entender que mi éxito no está basado en la respuesta de la gente, sino en la aplicación de los principios divinos en cada uno de mis actos.
- Ser proactivos, esto es, ser responsables de nosotros mismos y reconocer que todo lo que somos es debido a nuestras decisiones pasadas.
Al aplicar los principios anteriores a nuestras vidas podremos ser libres de la gente.
A partir de esa libertad podremos comenzar a trabajar en mejorar nuestras interacción con los demás.
Una persona que no reconoce en su vida la nueva identidad entregada por Cristo siempre estará esperando el reconocimiento de la gente, siendo constantemente decepcionada y herida, ya que no ha entendido que solo se nos puede herir con nuestro consentimiento.

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